“Lo que no se mide, no existe”, dicen los anglosajones. La medición de los sistemas educativos no está exenta de problemas, pero tiene un mérito que pocas personas discuten. Las evaluaciones internacionales permiten que la formación de nuestros jóvenes acapare la atención de la opinión pública, un primer paso imprescindible para hacer consciente a toda la sociedad de la importancia de la educación.
Es imposible saber qué sería de la enseñanza en los países de la OCDE si no hubiera existido PISA. Pero no es aventurado señalar que muchas personas harían conclusiones muy diferentes asegurando que su percepción se basa en la evidencia empírica. Algunos países seguirían afirmando, como lo venían haciendo hasta el año 2000, que disponen del mejor de los sistemas educativos del mundo y se atreverían a dar lecciones al resto sobre cómo mejorar la formación de sus jóvenes. No sabríamos en qué punto se encuentra la educación española en términos relativos a los países de su entorno, cuáles son sus debilidades y cuáles sus fortalezas.
Pero lo peor de todo sería que no tendríamos información contrastada de las medidas educativas que logran que los alumnos adquieran mejores conocimientos y competencias, ni podríamos identificar las buenas prácticas que han conducido a los estudiantes de algunos países a saber y conocer más. Se trata de mejorar la educación aportando datos robustos con los que tomar decisiones más acertadas.
Es seguro que PISA tiene defectos. Se ha afirmado que solo evalúa las materias instrumentales de matemáticas, lectura y ciencias, dejando de lado otras importantes que se imparten en los centros educativos. Pero, más que una crítica, se trata de una observación que invita a los responsables de la OCDE a extender las competencias que evalúa, dado el éxito que ha tenido este programa. También se ha apuntado que la formación de los alumnos no es la única de las funciones de los centros educativos. Pero la adquisición de competencias sí es uno de los objetivos del sistema educativo y, sin ningún género de dudas, no es el menos importante. La existencia de otros aspectos educativos que no se miden en las evaluaciones internacionales debe ser un incentivo para que los organismos internacionales desarrollen programas que los analicen también, en lugar de una enmienda a la totalidad de las pruebas.

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